El enfant terrible ataca de nuevo


Cuando me enteré de que ya se había publicado la ultima novela de Michel Houellebecq (podríamos llamarla así, aunque en realidad, este prolífico pensador, poeta y ensayista es mucho más que un simple escritor de novelas, por más que sus textos se rijan dentro de los parámetros literarios) fui directamente a la librería donde sé que puedo agarrar cualquier ejemplar y leerlo sin necesidad de comprarlo. No es que no deseara adquirirlo, pero dado que no tenía dinero y sí bastante tiempo para leer, me engullí la mitad del libro en un día, y al siguiente lo terminé leyendo de manera voraz. 

Cuando está a punto de salir un nuevo libro de Houellebecq, todo el mundillo de escritores y editores se quedan expectantes, porque saben que un trabajo de este lúcido y mordaz escritor -que no tiene reparos en no dejar títere con cabeza- supondrá un nuevo, muy a su pesar, recordatorio no menos desesperanzador, porque lo que este escritor francés es capaz de hacer es lograr siempre tirar por la borda las expectativas de los escritores mediocres que hay a lo largo y ancho del planeta. Digámoslo así, las novelas de Houellebecq colocan y ponen en su lugar a los títulos que durante su ausencia se publicaron y muchos creyeron que eran obras respetables, descartándolas a un inferior plano, para que no puedan recuperarse. Editores, escritores y poetas saben que la voz y la pluma de Michel Houellebecq es muy superior a todo cuanto ellos han querido intentar, ubicándolos en la mediocridad más humillante. En este caso, Serotonina -tal es el título de su último trabajo- ha surtido este efecto de forma apabullante, y mucho más tajante y veloz que su predecesora, Sumisión, en la que el escritor también consiguió atapar la atención, pero no de la forma en la que esta última lo está consiguiendo. Podría decirse que Serotonina es un bofetón al mundo dormido literario, que se mantuvo sedado desde hace cuatro años.  

Pero esta no es la intención, ni mucho menos, de Michel Houellebecq, simplemente le sale así, lleva haciéndolo desde hace mucho tiempo, desde principios de la década de los noventa sus ensayos en periódicos y revistas y su "ampliación del campo de batalla" serían el germen de lo que estaría por llegar, aunque nadie lo presentía, como es muy normal en Houellebecq, algo que quizás sabe hacer de forma consciente. No permite que nadie pueda adivinar ni entrever cuál será su próximo libro, o proyecto, algo que sí solemos apreciar en el común de los escritores, algo así como el 99% restante. 

No cabe duda de que tanto en las artes, como en cualquier otra disciplina creativa, o incluso en cualquier otra actividad, los que destacan son pocos, y me refiero a los que realmente valen la pena leer. Michel Houllebeck posee los atributos necesarios, y parece que a veces le surgen de manera espontánea. Su mirada afilada y ya preparada sobre los temas que sabe ahondar (la sociedad de consumo en la civilización de los países del primer mundo, la industria del turismo y en cómo éstas no logran felicidad alguna, sus opiniones sobre los fenómenos migratorios, la religión, la xenofobia, el racismo, la pornografía, la prostitución en países subdesarrollados para disfrute de los ricos, la sociedad europea en su conjunto, sobre todo la anglosajona y germana, la política y sus aberraciones sobre la población esclavizada, su visión cínica y global de un mundo en constante cambio, y en donde Houellebecq sabe subirse a la última ola antes que los demás) lo domina a la perfección, como digo, esa voz narrativa que siempre vuelve cuando más la necesitamos. 



Houellebecq, quizás mejor que en sus anteriores trabajos, sobre todo los más recientes, desde El Mapa y el Territorio hasta ahora, ha sabido diversificar sus dotes de ensayista, crítico, narrador, filósofo y pensador en una sola obra, una obra que es "un todo en uno", construida desde la mirada desangelada del protagonista, que se medica con un antidepresivo que aumenta la sustancia de serotonina, el viaje al que nos embarcamos no tiene altos en el camino, ni respiro ni puntos de descanso. Todo es visto aquí bajo la lupa analítica de un escritor que sabe cuándo llevarnos de una simple historia o anécdota a un análisis profundo de la sociedad que le rodea, sin olvidar que tiene que entretener al lector, que no puede aburrirlo, y retomar nuevamente esa voz perspicaz que nunca pierde el hilo sobre el asunto que se trae entre manos.  

Una novela que es mucho más que la historia escrita en primera persona de un francés de cuarenta y seis años que nos expone su visión de la realidad partiendo de la base de que su edad es "una edad difícil", pero que mucho menos lo es el mundo que le rodea. Como en Plataforma, su aclamada novela, en Serotonina hay sexo, pornografía infantil, las nuevas tecnologías, la política, la industria del turismo, la sombra constante de la filosofía y el análisis Shopenhaueriano, una crítica tenaz del presente apática y pesimista, sobre todo en las sociedades europeas, la muerte, y sobre todo, el amor, el tema en el que Houellebecq quizás siempre supo nadar con soltura, las relaciones entre el hombre y la mujer que siguen cambiando y mutando, y el escritor galo no le pierde nunca la pista. 


     SEROTONINA

     Michel Houellebecq

     Ed Anagrama






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