Bartlebly, La alegoría del absurdo



Bartlebly, el esrcribiente, de Herman Melville, es un cuento que antecede a todo un pensamiento filosófico literario que pertenecería a la primera mitad del siglo XX, o podríamos decir a casi todo el siglo, el así llamado existencialismo. Bartebly explica a Walser, al Proceso de Kafka, a la novela insignia de Camus y a muchos cuentos de Borges. Pero centrémonos en la figura del relato en sí, puesto que en realidad Bartlebly, el escribiente, no es más que un instrumento para construir una alegoría del absurdo.

El comienzo del relato es un inicio al mundo de la tragicomedia del trabajo en una oficina de abogados del siglo XIX, en Wall Street, donde existía el labor del amanuense, o escribiente. La persona se dedicaba a copiar textos, documentos legales, uno detrás de otro, algo así como una fotocopiadora humana. Melville percibe en este trabajo la mayor de las angustias y soledades, un absurdo colosal. Pero Bartlebly llega después, no más que como una especie de guinda de la torta, un colofón, algo que ya existía antes de su aparición. El narrador no necesita dar su nombre, sólo informa de él que "es una persona de cierta edad", con lo que nos indica que tiene varios años y, por lo tanto, una cierta sabiduría sobre el mundo que lo rodea. Nos presenta su historia como un relato dentro de su propio relato, pero no hablará de él, o al menos hasta donde sea necesario, sino de Bartlebly, un hombre que lo subyaga hasta cambiarle prácticamente su entera percepción del mundo establecido, de la norma y la cordura misma. Aunque Bartlebly no es más que una consecuencia, o un elemento ficticio dentro de la propia ficción, es aquí en donde yo veo un rasgo de meta literatura, que no es menor.

El narrador es un respetado abogado de Wall Street, que tiene a su cargo a tres empleados, escribientes ridículos, con manías y actitudes mundanas, con horarios fijos de almuerzo y caracterizaciones banales. Parecen ser una parodia viviente de su propio trabajo, como si él ya supiera, antes de empezar con el plato fuerte de la historia, cuál es el universo en el que está inmerso. Pero no nos engañemos, Melville esboza un cuento lleno de instrumentos que él pone a su merced para indagar en la tristeza y la desolación total de una realidad que ya estaba comenzando a abrirse paso a finales del siglo XIX. El hombre atado a su oficio.Por lo tanto, es un cuento sobre la deshumanización.

Bartlebly, según el narrador, sólo se dedica a escribir y copiar incansablemente. Es honesto, leal, no miente ni engaña a su jefe. Cumple con el horario, mejor incluso que su propio patrón y los demás empleados de la oficina. Sigue las reglas, hasta cuando llega el momento del colmo de los colmos. Cuando el abogado, su jefe, le requiere la tarea, a la cual más tortuosa y absurda, de revisar una copia en busca de errores, Bartlebly le responde secamente con una frase que puede resumir todas las otras, diciendo: "preferiría no hacerlo". Bartlebly no se levanta de la silla, no sale de su ermita, siendo ésta una demostración de libertad, dicho sea de paso, la libertad de no hacer más de lo que ya está contratado a hacer. De un modo u otro, es una alegoría a la explotación laboral, al no hacer todo cuanto un jefe disponga, sólo por el hecho de ser su jefe. Aquí, Melville utiliza sólo una frase para responder a todos los conflictos que surgen en esta relación de empleado y empleador. El "preferiría no hacerlo" es una contestación que deja una puerta abierta, un universo a sus pies. El jefe no puede entender cómo no obtuvo una rápida afirmación obediente de parte de una persona que trabaja a su cargo, tal y como hacen sus otros tres empleados a pies juntillas, desde tiempos inmemoriales, sin objetar ni sublevarse ante sus órdenes. En este caso, Bartlebly, según el narrador, se subleva con esa frase, el "preferiría no hacerlo", aunque tampoco es una negación, como tampoco una afirmación, es un punto intermedio en el que el abogado deberá tomar una decisión, y es ahí cuando se abre todo un sinfín de incógnitas, y puede darse cuenta que no puede recriminarle nada a Bartlebly, porque no tiene argumentos, ya que él es otro elemento del absurdo y la esclavitud y la soledad y la miseria del universo. La frase que esboza Bartlebly, a mi parecer, es la que indica la única posibilidad de la salvación. El abogado cree que es libre, puesto que siente que puede ir a su casa, realizar una vida normal, pero como bien le dice a Bartlebly, en cierto momento, él es quien paga los impuestos, la renta, los servicios, y no su amanuense, sino él, el abogado. ¿Quién está acaso más despojado de humanidad, sino el narrador? Bartlebly, mientras lo describe Melville, de manos de la narración de su personaje, es quien aparenta ser la persona más solitaria y desamparada, que no presenta rasgos comunes de una psicología normal. Pero en realidad, como dijimos, Bartlebly es un espejo de los otros, del abogado y los demás empleados de esa oficina, quienes son los auténticos encarcelados.

El narrador nos describe a Bartlebly como un hombre desamparado, que no responde a los cánones establecidos tanto de escribiente como, incluso, de persona común. Pero esto es solo su percepción, la percepción de alguien que no está del todo seguro de lo que piensa sobre Bartlebly. Bartlebly es un misterio, un misterio inextricable que ni el propio abogado que lo contrata puede desentrañar. En un momento dado, nos cuenta cómo Bartebly se queda mirando el exterior, a través de una ventana, durante horas y horas. La ventana está justo enfrente de él, y a las afueras, no más que un muro de ladrillos. Bartlebly se queda mirando ese paisaje, y para el narrador es otro indicio de que Bartlebly está fuera de este mundo, que vive en una soledad sin límites. Pero, por supuesto, sigue siendo la opinión del narrador, de manos de la pluma de Melville, que nos da a entender, en realidad, que quien está perdido es el propio narrador. Pero ¿qué sabemos de Bartlebly? En realidad, nada. Bartlebly es el espejo en el que, al mirarse el narrador, se ve a sí mismo en su desgracia, pues tampoco puede sacar nada en claro de los comportamientos del amanuense, que lo dejan perplejo. Aún así, ¿qué otra vista puede existir en una ciudad llena de edificios, a no ser muros y muros de ladrillos? Que Bartlebly se quede mirando fijamente a ese muro, no significa que esté loco, sino que es su realidad.  Esa ventana tiene la única vista que puede existir en una ciudad llena de muros. Bartlebly es, en realidad, quien está yéndose continuamente de ese lugar, vive más afuera que adentro, mientras que el narrador es el esclavo obediente, y no entiende cómo alguien puede estar viendo algo atractivo a través de la ventana. El narrador aceptó ese mundo de muros y edificios, en cambio, Bartleby no. Por lo tanto, el cuento de Bartlebly trata de la soledad y angustia del abogado, que ve reflejado en el absurdo comportamiento de Bartlebly su propia miseria y tristeza infinita, en contraste con ese modo de tomarse la vida, despreocupada, sin miedos. Ese "preferiría no hacerlo" desentraña una verdad, una situación de angustia. O dicho de otro modo, es la contestación que permite una liberación, de actuar según su voluntad., al verse en la tesitura de obedecer, o no. Su "preferiría no hacerlo" es el escape, así como mirar hacia la ventana durante horas, la única posibilidad de liberación.



No es erróneo afirmar que Bartleby, el escribiente, es una versión de oficina, a escala reducida. de Moby Dick. La historia de la caza de la ballena de manos de un buque arponero requiere sin lugar a dudas de más hojas, y más expansión, se cuentan más personajes y vivencias. Es un viaje más largo y complejo. En Bartleby, el "Llamadme Ismael" se traduce como "Soy un hombre de cierta edad", en la primera línea del relato. Los dos protagonistas, que se presentan como narradores, contarán la historia de un hombre singular. En el primero, el capitán Ahab en su desquicio de matar a la ballena blanca, un demonio viviente que habita los mares, y en el otro, a un escribiente llamado Bartlby en su resignación liberadora, absurda, de no hacer nada, porque ya no hay nada más que hacer. En realidad, Melville nos expone figuras novelescas irrazonables, que ni su Ismael ni su abogado pueden explicar. Tanto Ahab como Bartleby son misterios del universo, de la humanidad, que ni una novela de más de quinientas páginas, como tampoco un relato breve de treinta, podrán alojar una razón concreta. Es decir, Melville fue el escenificador de la sinrazón, de la locura. En este sentido, Melvfille es el novelista que se sumergió en los personajes más complicados que la humanidad haya creado, y lo irónico es que ni él ni nosotros podremos jamás dar con una explicación concreta de ellos. Melville ahondó en el misterio de la locura, como ningún otro.

No corresponde que sigamos hablando del relato más de lo que el propio cuento hará por su cuenta, cuando se deslicen entre sus páginas. Melville cuenta su propio misterio tejiéndolo a su manera, y si bien nunca obvió sus inspiraciones literarias de la época, al mismo tiempo estaba marcando su impronta en la literatura como un escritor original y que abrió nuevas brechas de la psicología humana, así como lo estaba haciendo Dostoievski en el otro confín del mundo.



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